
Pensando en el coronel Buendía
Tuve que vivir la desgarradora experiencia como soldado en tres guerras fuera de casa para confirmar que durante una conflagración, en sus ratos digamos de tranquilidad aparente, no había mejor refugio que la lectura. Así fue como cayeron en mis manos los más variados textos por diferentes vías. A cada rato me viene a la mente uno que por órdenes del comisario político de la batería debía leer a mis compañeros de armas. Si la desmemoria no hace de las suyas, era de un escritor búlgaro y su título no podía ser más contraproducente: Y muchos no regresaron.
Consciente de ello, decidí suavizar la lectura intercalando frases y otros aportes muy criollos al texto, dándole voz a los guerrilleros como si fuésemos nosotros mismos. En cierta ocasión, fui llamado por el teniente, que observaba de lejos las risotadas de mis compañeros para indagar las razones por las cuales la gente se alegraba tanto en tan serio asunto.
En esta situación de guerra que vivimos en Cuba en la que por fortuna está ausente la metralla, pero que provoca tensiones psicológicas similares, irrumpe en las entendederas ese magistral relato de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba.
Ocurre en las mañanas, cuando lo primero que se impone es beber una taza de café. Y anotaba GGM, “destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita (….) con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con el óxido de la lata”.
El controvertido dilema de la ficción y la realidad. A veces pienso que se abrazan como hermanas gemelas.
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