
No es tal la sorpresa Biden
Sobrada y respetada razón la de un amigo que, como rompecabezas de cinco piezas me ha demostrado que esa reacción, aparentemente sorpresiva, del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica no obedece a un repentino afán de buena voluntad para con los cubanos, sino por razones de otra naturaleza.
Si no lo hizo antes en virtud de sus promesas electorales, ahora lo hace con algunas decisiones en sensata medida gracias a la labor u oficios de su par mexicano, Andrés Manuel López Obrador.
Muy serio el problema de AMLO en sus fronteras con Biden. Un dolor de cabeza compartido y nada mejor que intentar buscar una solución que no se parezca a una aspirina.
Hizo maletas alternado con vuelos comerciales y una aeronave de la Fuerza Aérea Mexicana, viajó en menos de una semana a la fuente de los proveedores de multitudes. A saber, Guatemala, El Salvador, Honduras, Belice y, finalmente, a Cuba. Ignoro las razones por las cuales no incluyó a Nicaragua, un punto estratégico en la ruta migratoria.
En todas estas naciones, a la par de los deberes protocolares, asistió a reuniones privadas donde “a lo cortico”, como decimos los cubanos, sostuvo encuentros con los diferentes mandatarios con temas de conversación para nada ajenos a migración y seguridad en fronteras además de ahondar en sus proyectos “Sembrando vida” y “Jóvenes construyendo el futuro” como antídotos de esas multitudinarias y peligrosas marchas hacia el norte.
Como que en política suelen suceder cosas como estas, no es de extrañar que cuando llegó a La Habana ya tenía conocimiento de los pasos que daría Biden en esa labor mancomunada de sanear la frontera y, sin erradicar el bloqueo o embargo, ofrecer algunas señales alentadoras a las autoridades cubanas, principalmente al sector privado.
Colocadas todas las piezas sobre el tablero, sólo faltaría la respuesta sandinista de suspender ese “frenesí” volcánico e imponer seriedad al arribo de cubanos a Managua. Y si todo marchase por buen camino, la disminución de los problemas por el Río Bravo sería apreciable.
López Obrador se anotaría varios puntos en su carrera política con ese pausado y contundente modo de decir las cosas.