Albor Ruiz y el diálogo con la emigración
LA HABANA. Albor Ruiz salió de Cuba el 20 de noviembre de 1961. Tenía 20 años. Durante estas décadas ha regresado muchas veces a Cuba, pero ninguna le causó tanta emoción como la primera vez que volvió, a finales de la década del setenta, cuando se celebrara en la Isla el diálogo con la emigración cubana.
Estudió Ciencias Políticas y Filosofía en la Florida. Luego, viviendo en Nueva York se hizo columnista en el Daily News y El Diario, escribiendo sobre temas relacionados a la comunidad latina en Estados Unidos. Es también miembro del Salón de la Fama de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos de ese país y actualmente mantiene una columna en AL DÍA News Media, pegado a sus convicciones. Y otra cosa: Es poeta.
Pero sobre todo, Albor Ruiz, luego de un largo proceso de aprendizaje y sanación como emigrado, estuvo entre las personas que trabajaron arduamente desde Estados Unidos para lograr aquel primer diálogo, un espacio que marcó el inicio oficial de una nueva relación con la emigración cubana.
Próximamente se celebrará la IV Conferencia “La Nación y la Emigración”, que “continuará el acercamiento natural e inevitable con sus nacionales en el exterior”, según afirmó en conferencia de prensa Ernesto Soberón, jefe de la Dirección General de Asuntos Consulares y Atención a Cubanos Residentes en el Exterior (DACRE). Y Albor Ruiz, quien no podrá asistir en esta oportunidad, está pendiente.
“Tengo la gran satisfacción, y lo digo sin que me quede nada por dentro, de que el grupo nuestro inició el proceso que ha posibilitado todo lo demás. De eso no se habla mucho. Quizás no se le ha dado el crédito correcto a aquella etapa, y tampoco creo que sea tan importante. Esa no es la cuestión. Sí recuerdo la primera vez que fuimos a la sede diplomática de Cuba y nos miraron como si estuviéramos locos. Pero fuimos abriendo un espacio y ganándonos un poco de confianza, haciéndoles ver que era real lo que estábamos diciendo, y que estábamos dispuestos no solo a hablar, sino a actuar en consecuencia”, contó Albor en 2016 a la periodista Rachel D. Rojas.
En aquella primera oportunidad, a Albor Ruiz le tocó ser el director ejecutivo del llamado Comité de los 75 que gestionaba la salida de los presos políticos liberados en Cuba. “Es una de las cosas más difíciles que me ha tocado hacer —contó el periodista—. Miami estaba llena de “gusanos”, como se les decía en ese momento. Y nosotros no lo éramos. La contradicción era que todo el mundo quería que los presos salieran. Pero el hecho de que fuéramos nosotros los que dialogamos con Cuba, los que buscamos dinero a capa y espada para alquilar los vuelos charters en los que debían viajar, ocasionó que nos quisieran matar. La lógica era: Qué bueno que salieron los presos, pero vamos a matar a quienes los traen, porque son comunistas, ‘dialogueros’. Yo andaba todo el tiempo armado con una pistola, con la esperanza de poderme defender si me atacaban, porque las amenazas eran continuas y debí mudarme tres o cuatro veces. Como sabes, mataron a Carlos Muñiz en Puerto Rico, en New Jersey mataron a *Eulalio Negrín, y a Vicente Dopico le pusieron una bomba en su casa. No era una broma aquello. Las amenazas eran de rutina; hostilidad total. Fuimos como una especie de parias, pero lo hicimos”.
Desde su perspectiva, “el logro del Diálogo fue una situación que tuvo mucho que ver con la presencia de Carter. Se pudo hacer porque el presidente Jimmy Carter tenía una actitud hacia Cuba diferente a la que habían tenido todos los presidentes antes e incluso a la que tendrían todos los posteriores hasta que llegó Obama. Por su parte, Cuba siempre ha estado interesada, durante muchos años —y no creas otra cosa porque es verdad—, en restablecer relaciones con Estados Unidos, una relación de respeto mutuo. Gracias a eso se logró hacer el Diálogo. La mayoría fueron personas que llegaron desde Estados Unidos, pero también hubo gente de España y de Suramérica. En el diálogo participaron incluso cubanos que habían estado metidos en Bahía de Cochinos. O sea, ya había consciencia de que la cosa había que cambiarla, quizás no tanto por estar ideológicamente a favor de la Revolución, sino porque como cubanos, ¿hasta cuándo íbamos a estar en esa hostilidad inútil? Eso no nos iba a llevar a ninguna parte, había durado muchos años y desgraciadamente dura hasta hoy”.
Contó que “dialoguero” era como un insulto horroroso, y que regresar a Cuba fue una gran experiencia que agradece haber podido vivir. “Allí la gente, la población, entendía bastante bien que este era un paso positivo. Y desde el punto de vista del gobierno, también, y además les convenía tener a gente a favor de Cuba en Estados Unidos y que fueran cubanos. Pero sí, aquello fue mayormente positivo. Como digo una cosa también digo otra. Había funcionarios en Cuba, casi siempre intermedios, que me parece que son los que siempre tienen mayores problemas, que nos trataban con un poco de resquemor, de desconfianza. Pero la gente en general trató siempre, al menos en mi experiencia, que nos sintiéramos bien.
“Regresar a Cuba fue quitarme un peso enorme, gigantesco, que me había estado aplastando todo el tiempo. Fue un cambio brutal. Más cuando, sin darte cuenta, el tipo de propaganda que hacen en Estados Unidos sobre Cuba te va calando, aunque sabes que es mentira, y no estás de acuerdo. Pero cuando llegué y vi que, a pesar de los tremendos problemas, la gente iba al cine, comía helado, se hacían fiestas en las cuadras con los niños, los viejos, los chinos, los negros, etc. Para mí fue un tremendo alivio, no sé muy bien cómo explicarlo. Yo sentía que esa era mi gente”.
El proceso de diálogo, del cual la próxima Conferencia forma parte, no hubiera sido posible sin la tenacidad y valentía de muchos otros como Albor Ruiz, convencidos de que el acercamiento era inevitable y absolutamente justo. Y de otros que incluso pagaron con la vida por la osadía.
(*) Eulalio Negrín participó en el diálogo d 1978. Fue asesinado en noviembre de 1979.
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