
Campesino y Estado: Hablemos de negocios
LAS VILLAS. En la finca de Machito, a las afueras de Remedios, uno puede encontrar casi cualquier cosa: frutas, hortalizas, vegetales, ganado vacuno o menor y desde hace poco tabaco. “Siembro tabaco por tradición, porque en mi objetivo social no lo tengo. Lo mío es la ganadería, cultivos varios y frutales, pero me gusta sembrarlo y —aclara— pago para que me lo siembren”.
Casi sin conocerme Machito habla con la franqueza:
—Cuando sembré este año estaba la competencia del ajo y del tabaco.
—¿Competencia?
—Es que el ajo y el tabaco se pagan bien y la gente se dedica a eso. Yo creo que eso es una vaquetencia (sic) de ellos.
—¿Cómo se entiende esa palabra?
—¡Que son vagos! Y cuando se me acabe el tabaco, ¿qué voy a hacer? ¿sentarme en la casa a mirar a mi mujer? Yo hago otras cosas; soy trabajador.
Contratos para mover los hilos
Ese sentido de un propósito mayor u “objeto social” como lo llama Machito quizás ya no sea compartido, al menos no de esa manera, por otros como él. Han ocurrido cambios en el escenario agrícola cubano que podrían estarse reflejando en los modos de pensar de los campesinos.
En un reciente recorrido por varias provincias, el vicepresidente cubano Salvador Valdés Mesa hacía notar cierta tendencia de los campesinos a inclinarse por cultivos altamente lucrativos como la papa, el maíz o el tabaco, cuyos ciclos (90 días como promedio) son comparativamente más cortos que otros por los cuales las empresas comercializadoras pagan menos. “Nadie —dijo Valdés Mesa— quiere producir viandas: el plátano no es estimulante, tampoco el boniato, la calabaza, la malanga. Pero hay que producir de todas esas cosas. No se vive solo con frijoles y arroz”.
La respuesta, comentó, sería robustecer a la empresa de Acopio elevándola al rango de Organización Superior de Dirección Empresarial (OSDE); de manera que esté en condiciones de contratar la mayor cantidad posible de todo lo que salga de los campos a precios atractivos para los cultivadores. ¿Podrá?
Dos años antes se reformó la escala de precios de compra a los pequeños productores y cooperativas del arroz, la papa, el tomate, los huevos frescos de gallina, la carne de res en pie, cerdo en pie, el café y el cacao, justamente para que estos se mantuvieran dentro la cartera de opciones de la gente del campo. Al comentar la medida, Marino Murillo, titular de la Comisión de Implementación de los Lineamientos aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, insistió en que esas nuevas cotizaciones garantizarían el 30 por ciento de utilidades para los productores, con lo cual, recalcó, se evitaría un alza de los precios en la red minorista.
¿Por qué este hincapié en mantener a los campesinos contentos?
Hoy el Estado cubano, aunque quiera, no puede determinar qué se cultiva o no en el país. Desde los años 90 dentro de la agricultura cubana ocurrió el abandono progresivo del proyecto de colectivización en favor de los productores individuales. En ese proceso acuñado bajo el término de recampisización, explica la socióloga y antropóloga francesa Marie Aureille * se redujo la participación de las empresas estatales tanto en la tenencia de la tierra como en su aprovechamiento práctico.
Si bien el Estado sigue siendo el dueño mayoritario (56 por ciento) de toda la tierra existente en Cuba; según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) en términos de cómo es en efecto cultivada, temporal o permanentemente, las granjas estatales tienen a su cargo menos del 20 por ciento, mientras que cooperativistas y productores independientes controlan en su conjunto más del 80.
De acuerdo con esta investigadora esa inclinación de la balanza a favor de la pequeña propiedad agrícola habría tenido entre otras consecuencias lo que ella llama una nueva ontología política entre los campesinos, que tal vez explicaría la “vaquetencia” (vagancia) que Machito denosta. Marie Aureille alerta que entre las personas de campo del país estaría ganando espacio un modo diferente de asumir su actividad económica. Ya no es solo el sacrificio per se en pos del progreso colectivo, sino que ese avance de todos está siendo mediado por “maneras más pragmáticas de combinar aspiraciones individuales y bienestar común”, refiere.
No es, aclara, que quienes están en las zonas rurales hayan dejado de sentir como suyos “los objetivos de igualdad, equidad y convivencia que promueve el proyecto revolucionario cubano”; sino que ese compromiso de contribuir al bienestar colectivo estaría mediado cada vez más por “el desarrollo de las aspiraciones individuales y la búsqueda de ingresos con el interés de sustentar cierto nivel de vida y de consumo”.
Tras estudiar los modos de organización de los productores agrícolas en las zonas rurales del occidente de Cuba, Aureille hizo notar que para ellos “las ganancias económicas y la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida” fueron una de las principales razones que los motivaron a dedicarse a la agricultura, cuando muchos tenían la calificación suficiente para ejercer otras profesiones.
La socióloga destaca que el discurso oficial se cuida mucho de criticar los ingresos más o menos elevados que puedan recibir los campesinos. Se trata, indica, de una cuestión justificada desde la institucionalidad gubernamental “por la rudeza del trabajo agrícola y por la idea de que sin potenciales utilidades el campesino deja de sentirse incentivado, y ello afecta la seguridad alimentaria del país”.
Las acciones del Estado para influir en el balance de cultivos nacionales corroborarían sus conclusiones; atenidos además a la combinación apreciada entre los intentos de incentivo monetario y los contactos con el campesinado desde los foros de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).
Hace poco desde la provincia de Santiago de Cuba directivos de esa organización social exhortaban a su membresía a una “mayor organización y disciplina en la contratación de las producciones, ahorro de recursos, sustitución de importaciones y entrega de alimentos”. “Hay que aportar más y con eficiencia”, dijo Rafael Santiesteban el presidente de la ANAP.
En un contexto de tensión económica como el actual convendría reparar en lo que dicen sondeos como los de Marielle Aureille sobre lo que parecen ser transformaciones medibles ya en la mentalidad de los campesinos. Dicho sector estuvo entre los primeros beneficiarios de la Revolución a través de Ley de Reforma Agraria, de cuya promulgación se cumplirán pronto 60 años.
Pero ese capital político no es infinito, de modo que, a juzgar por estudios como los ya referidos, sentarse a hablar de negocios con quienes en la actualidad llevan sobre sus hombros el cultivo de la mayor parte de los alimentos que brotan del suelo cubano, requiere construir mutuamente los caminos del consenso. Esos espacios de confluencia de intereses por fuerza comprenden considerar el necesario incentivo económico que legitime y catalice ese apoyo de los campesinos, lubricando así los engranajes de la agricultura cubana.
(*) Marie Aurelle es estudiante de doctorado en Sociología y Antropología en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) en París. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene un Maestría de Políticas del Media Ambiente, del Manejo de Riesgos y de Salud por el Instituto de Estudios Políticos de Touluse. Ha realizado varias estancias de investigación en Cuba con el apoyo de la Facultad de Geografía de la Universidad de La Habana y Flacso-Cuba.
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