
Becas para cubanos: a dónde van los jóvenes
LA HABANA. Andrés llegó al aula y no había nadie. Empezó a mirar por todos lados. Buscaba y rebuscaba. Estaba solo. Entonces se despertó, agitado.
Ocho años después, volvía a contar aquel sueño a sus amigos. “Viste, yo se los dije”, insistía con impertinencia de profeta. Porque los ingenieros sentados en el portal, menos de 10, eran los que quedaban de su grupo en la CUJAE. Se habían reunido para despedir a Cristian.
Hay muchos modos de jugar, como escribió el Wichy Nogueras. Y de irse. Para los profesionales jóvenes, una de las vías más directas son las becas para continuar estudios en otros países. “Me tomó casi cuatro años, pero siempre tuve la expectativa de estudiar en el extranjero. Si me demoré tanto fue por cumplir el servicio social, para que no me invalidaran el título, y luego buscar que me aceptaran en algún programa”, recuerda Laura*, desde Chile.
Aquí algunas cosas empujan; y allá —donde fuere ese “allá”— otras cosas halan. “No sentía que mis aspiraciones personales y profesionales las pudiera cumplir si me quedaba en Cuba”, asegura Giselle*, ya acostumbrada a México. “Tenía amistades estudiando en universidades españolas, y me lo recomendaron. Tuve en cuenta no solo las universidades, sino también la calidad de vida del país”, confiesa Anet.
Cada experiencia le pone voz a lo que muestran las investigaciones: una emigración económica, feminizada y joven. Demasiado joven para esperar.
Lo quiero ahora
“Yo deseaba nuevas experiencias, probar un entorno académico retador; y sobre todo alejarme un poquito para probarme yo sola. Hay épocas en la vida en las que uno quiere cambiarlo todo”. Claudia es psicóloga y habla con voz segura.
Los comienzos de su doctorado en Chile fueron muy duros desde el punto de vista docente. Además tenía que completar trámites y acomodarse a la dinámica allí. Amigos y colegas le habían anunciado la “crisis de los tres meses”, que apareció puntual, inevitable como un ciclón. “Cuando me di cuenta de que aquello era permanente, ahí sí yo dije: me voy de aquí, yo no puedo con esto…”.
Pero pudo. “Nosotros tenemos capacidades para trabajar. Mientras los demás se ahogan en un vaso de agua, los profesionales cubanos tenemos esa herramienta de no complejizar las cosas y resolver: qué es lo que hay que hacer. Tiene que ver también con nuestra experiencia de vida”.
El hecho de que tantos logren su meta, tras un proceso casi siempre exigente, de alguna manera confirma el nivel de los graduados cubanos. Sin embargo, al cambiar la liga cambian también las reglas del juego.
“Tú eres muy competente aquí, pero ellos miden sus propias cosas; son otros estándares”, comenta Claudia. “Los universitarios salimos bien preparados metodológicamente, porque desde muy temprano estamos haciendo prácticas. En el mundo no pasa eso, se demoran mucho en salir a la calle; pero cuentan con mejor preparación teórica que las carreras cubanas. Tenemos un prestigio ganado, lo cual no quiere decir que eso se haya sostenido con los años”.
Aunque los testimonios difieran, la mayoría forma parte de nuestra gran parábola (trans) nacional. Mal que nos pese, ya sabemos cómo termina. Anet encontró otras oportunidades de superación y decidió seguir en España. Cuando termine la maestría, Giselle planea matricular un doctorado. Amaya* también considera esa opción. Por si acaso, ya está buscando trabajo.
Gente del tercer mundo… que piensa como en el primero
“Muchos” no es un número ¿Cientos? ¿Miles? No existen estadísticas fidedignas sobre la cantidad de jóvenes que van a estudiar fuera del país.
“Hoy ese proceso de movilidad académica, en medio de la internacionalización del conocimiento, es algo absolutamente común, cada vez más amplio, y en muchos lugares, deseable; hay políticas para eso”, explica la socióloga María Isabel Domínguez, jefa del Grupo de Estudios sobre Juventud, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).
Si bien algo ha cambiado, las gestiones previas suelen transcurrir de espaldas al lugar de trabajo, en laborioso silencio. “Las instituciones cubanas no siempre facilitan que el proceso sea natural, y muchas personas cuando quieren salir piden la baja de sus centros porque no tienen las autorizaciones —precisa Domínguez—. Entonces claro, se rompe el vínculo institucional de ese graduado: si se abre un nuevo espacio en el otro contexto, pues ya no tiene algo que lo ate”.
Los cubanos tampoco son los únicos que eligen quedarse: la migración profesional hacia países con mayor desarrollo económico y tecnológico constituye una tendencia global. “En América Latina hay un drenaje; la única diferencia es que el Estado no invirtió tanto para formar a esas personas”, subraya la experta.
De cierta forma, este fenómeno pudiera resultar una “consecuencia no deseada” de la educación y la política social cubanas, que generan a su vez determinadas aspiraciones y proyectos de vida. “Efectivamente. Pero no solo la educación: ese sentimiento de dignidad nacional, de igualdad, de que yo tengo derechos, y como tengo derechos, los quiero. La gente siente que se lo merece, que le toca”.
Domínguez destaca que las transformaciones en las normas migratorias han permitido una apertura, tanto para ir como para volver. Igual mecanismo debería aplicarse a la formación profesional y el intercambio académico. “Creo que estamos en un momento donde se requieren cambios fuertes de política, si queremos preservar los recursos humanos calificados en el país”.
Vine, vi, vencí
“Todo lo que diga va a sonar a panfleto porque yo estaba desesperada por llegar”, advierte Claudia con una sonrisa. Ahora está aquí, realizando la investigación de campo. Claudia volvió. No en balde antes de irse había saltado las cien vallas de la burocracia, para poder conservar su puesto de trabajo. “Como nunca fui con la idea de quedarme, no busqué adaptarme tampoco. Los que intentan adaptarse sufren, porque siempre eres un extranjero”.
Hay muchos cubanos en Chile, y en casi tantos países como miembros tienen las Naciones Unidas. El eterno dilema entre irse o quedarse, si se gana o se pierde más, pasa por cada quien. “Tengo muchos amigos que se quedaron, y cuando vienen de vacaciones a Cuba salen horrorizados. Yo, al revés: empiezo a ver lo positivo. Si mi decisión es estar aquí, opto por mirar el mundo del mejor modo”.
Entre los veinte y tanto y los treinta y pico, casi todos conocemos alguien estudiando fuera. “Más que por un móvil de superación, que puede que sí, creo que para la gran mayoría es un escape. Pero es bueno que la gente salga, se aleje, se pruebe y vea lo que deja atrás; y que sopese y tome decisiones. Hay que saber que ni aquí todo es tan malo, ni allá todo es tan bueno. Pero eso no lo sabes aquí metida.
“La lectura es totalmente positiva en términos de la preparación, sin duda mejor; hoy la academia cubana está desactualizada. Lo que pasa es que si no vuelven, entonces para qué. Eso sirve para que el mundo siga diciendo: ‘qué inteligentes son los cubanos’. Pero no están aquí.
“Yo apoyaría que todos se fueran a estudiar; el lío es que esos saberes vengan, sean escuchados y tomados en cuenta. Entiendo que es de madre, porque la cotidianidad aquí es muy jodi’a. No depende de las personas: el país tiene que crear las condiciones para que la gente pueda echar su vida aquí. Pero bueno, yo espero que vengan tiempos mejores; deberían venir”.
(*) Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las fuentes.
Foto de portada: Raquel Pérez.
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