
15 años de arte de los medios de comunicación audiovisual en Camagüey
En la Cuba de 1959 el ICAIC recién acababa de crearse, gracias a la vocación y el empeño de un grupo de jóvenes que por entonces soñaban con fundar una cinematografía nacional. Hasta ese momento, tanto en el período silente como en el sonoro pre-revolucionario, se habían hecho una gran cantidad de películas, pero buena parte de esas cintas apelaban de modo facilista y precario a los mecanismos de comunicación explotados en el teatro, la radio, y la literatura.
La formación de aquellos cineastas cubanos, por lo general, tenía mucho de autodidacta: filmaban por pura intuición, sin tomar en cuenta lo que ya se debatía en diversas escuelas creadas en el mundo. Pensar entonces en una escuela de cine dentro del país, sin existir una industria cinematográfica que justificase su utilidad, hubiese sido a todas luces irracional.
Pero con la creación del ICAIC ya esa posibilidad sonaba diferente, tomando en cuenta que algunos de sus miembros (Tomás Gutiérrez Alea, Julio García-Espinosa, Néstor Almendros) sí habían estudiado en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma, y portaban otra visión. Almendros, por ejemplo, en 1960 escribe en la revista Bohemia un artículo que titula “Importancia actual de las Escuelas de Cine”, donde en algún momento apunta:
“Ya conocemos los inconvenientes de la enseñanza académica en las artes: el anquilosamiento de los profesores, el burocratismo, la tendencia de los alumnos a preocuparse solamente por pasar exámenes y obtener diplomas, etc. Pero aun así, pese a todos sus defectos, de allí han salido algunos de los valores más positivos de las nuevas generaciones cinematográficas”[1]
Aunque el ICAIC se consolidó rápidamente, no puede decirse lo mismo del sistema de enseñanza vinculado a la creación audiovisual. Es en 1987 que se funda la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, a la que seguiría la FAMCA en La Habana (1988), la Filial que funciona en Holguín (1990), y la de Camagüey en el 2002.
En el caso de la Unidad Docente del Instituto Superior de Arte en Camagüey surgió el 13 de septiembre de 1989, teniendo como primeros Directores a Aurelio Horta Mesa y Lourdes Horta Mesa. A partir de 1993 y hasta el año 2004 asume la dirección la Dra. Olga García Yero, y es bajo su mandato que es creado en el 2002 el Departamento de Medios Audiovisuales, con Esther Cárdenas Castro como la primera Jefa de la carrera “Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual”.
Aquello parecía el desenlace natural de un proceso de formación informal alimentado por tantas ediciones de “El Almacén de la Imagen” y el “Taller Nacional de Crítica Cinematográfica”, tantas jornadas cineclubísticas, tantas tertulias al amparo de lo que las grandes pantallas nos prodigaban a diario. Y es que a lo largo de un poco más de un siglo, Camagüey se ha revelado como una ciudad donde parece natural respirar “audiovisualmente”. No es algo reciente, sino que la tradición se remonta a esos primeros años del siglo pasado, cuando, para poner un ejemplo, el Dr. Omelio Freyre decide fundar el 28 de mayo de 1906 el Club Cinegético, mucho antes que Louis Delluc y Ricciotto Canudo pensaran en algo similar en la ilustrada Europa.
Después fueron llegando todos esos cines y teatros lujosos (Casablanca, Encanto, Alkázar) que nos hablan de una impronta notable de esta práctica cultural en el imaginario de los lugareños. En todo este tiempo, “ir al cine” en Camagüey no solo ha significado ir a ver películas entretenidas o de grandes valores artísticos: ha sido sobre todo una práctica cultural que ha enriquecido la convivencia, formado comunidades de espectadores, y promovido gustos, valores, cosmovisiones.
Pudiera decirse entonces que en los años previos a la creación de la carrera, ya se habían construido en la ciudad los escenarios básicos sobre los cuales erigir esos saberes superiores que hoy se impulsan en la Universidad de las Artes agramontina. En estos quince años transcurridos, y gracias a las diez graduaciones efectuadas (la primera ocurrió en el 2007) se han graduado un total de 87 estudiantes en las especialidades de Dirección (41), Fotografía (18), Sonido (10), Producción (12), y Edición (6).
Ahora bien, más allá del júbilo que representa cotejar estas cifras, hoy resultaría importante preguntarnos qué ha significado en lo estético, pero también en lo intelectual, la existencia de una escuela como esta. En el único ensayo que conozco sobre la producción audiovisual de la FAMCA y su Historia, el crítico y profesor Gustavo Arcos se pregunta algo que también podría inquietarnos a nosotros los camagüeyanos:
“¿Para qué se tiene una Escuela de Cine o medios? ¿Qué esperamos de ella? ¿Qué estudiantes debemos ingresar? ¿Debe ser una cuestión de simple superación, de matemática social, o una plataforma para generar inquietudes estéticas? ¿De qué forma una dinámica docente y creativa puede ser refrendada en una comunidad? ¿No debería un espacio artístico generar confrontaciones académicas capaces de extenderse a los espacios públicos? ¿Tuvimos en los 90 un mejor cine, televisión o radio gracias a este centro?”.[2]
Para obtener respuestas medianamente confiables a lo anterior necesitamos, primero, construir un marco teórico que nos permita elaborar diagnósticos sólidos. Y ese marco teórico no puede existir, si antes no conseguimos reconstruir lo que ha sido la existencia de la escuela a través de las películas concebidas por los estudiantes, los ejercicios planificados por los profesores, los debates o eventos auspiciados por la institución. Dicho de otra manera: no podríamos encontrar respuestas valederas, si no basamos nuestros análisis en lo que ha sido la experiencia diaria de estos años.
Lamentablemente, lo que se produce en las Escuelas de cine de todo el mundo casi nunca es tomado en cuenta por quienes escriben “la Historia Oficial” del cine. Por otro lado, es raro encontrar en las filmografías de los cineastas ya profesionalizados esos ejercicios formativos. Como por lo general el cine es evaluado de acuerdo a determinados parámetros estéticos, y en función de los mismos se decide qué es lo que debe retenerse en la memoria o pasar al olvido, pues casi nada de lo realizado en esos predios se valora. Y, sin embargo, los que hemos visto El sueño de Giovanni Bassain (1953), corto realizado por Tomás Gutiérrez Alea en Italia cuando estudiaba en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma, sabemos que es posible encontrar allí zonas desarrolladas posteriormente en su etapa profesional.
Por eso resulta tan útil reconstruir lo que ha sido el proceso creativo en la Carrera “Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual” en Camagüey. Cierto que tendremos que partir literalmente de cero, pues hasta ahora no existe un Centro de Documentación o algo parecido, donde se pueda consultar de forma organizada el listado de lo producido, su información técnica, y, sobre todo, visionar los materiales.
Por suerte, la emergencia de nuevas tecnologías, que incluyen las plataformas colaborativas con posibilidades de trabajar online y offline, ya nos está permitiendo contar con la ayuda de los propios egresados, aun cuando en estos momentos no residan en el país. De allí que el Catálogo de Producción que ahora presentamos no sea algo cerrado, sino en todo caso, una invitación permanente a seguir cuidando la Memoria (con mayúscula) de este espacio donde a diario ya se forma (sin nosotros advertirlo) una parte del audiovisual del futuro.
Cuando Néstor Almendros escribió aquel artículo donde hablaba de la importancia de las escuelas de cine, todavía filmar era una actividad excluyente. No todos los que en aquella época soñaban con ser cineastas podían acceder a la creación, ya fuera dentro o al margen de la industria. Hoy que las tecnologías han democratizado los modos de producir, distribuir, y consumir los audiovisuales, se ha popularizado el peligroso espejismo de que no es necesario estudiar en una escuela el cine.
Desde luego, no son las escuelas por sí solas las que consiguen que se movilice ese pensamiento crítico que debería acompañar a toda creación artística. Pero sí resultan imprescindibles a la hora de orientar a aquellos que aspiran a formarse con seriedad. Como apunta Almendros: “Tan absurdo es que un joven director pretenda hacer cine de calidad sin haber visto, por ejemplo, la obra de Griffith o Von Stroheim, como que un compositor escriba música de concierto sin conocer a Bach o a Beethoven”.[3] Por eso una carrera como la de “Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual” resulta imprescindible si queremos entender a fondo la responsabilidad del cineasta en una época donde la imagen acompañada de sonido se ha convertido, muchas veces, en la falsa medida de las cosas.
(Tomado de su blog Cine Cubano, La Pupila Insomne)