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Sería un grave error cortar otra vez los lazos con Cuba sin una buena razón

El domingo, 17 de octubre, al aparecer en el programa “Meet the Press”, el secretario de Estado Rex Tillerson reveló que el gobierno de Trump estaba revisando si cierra la embajada de Estados Unidos en La Habana debido a las misteriosas lesiones sufridas por los diplomáticos estadounidenses desde finales de 2016 hasta principios de 2017. Tan solo dos días antes, cinco senadores republicanos, entre ellos Marco Rubio (republicano por la Florida), instaron a Tillerson a cerrar la embajada y a expulsar de Estados Unidos a todos los diplomáticos cubanos en represalia por los supuestos ataques.

Cerrar la embajada de los Estados Unidos no tiene sentido. Castigaría a Cuba por acciones cuyo perpetrador permanece sin identificar, y dañaría seriamente los intereses de Estados Unidos. Las demandas de estos republicanos no son ninguna sorpresa. En primer lugar, ellos se opusieron a la restauración de las relaciones diplomáticas con Cuba y están utilizando las lesiones del personal de Estados Unidos como una excusa útil para volver a una batalla política que perdieron, no sólo en 2016, cuando el presidente Barack Obama restauró las relaciones, sino de nuevo en 2017, cuando Donald Trump decidió no romperlas.

Pocas personas creen que el gobierno cubano fue el responsable directo de lo que haya perjudicado al personal estadounidense y no ha surgido ninguna evidencia que lo implique. Como dijo a Reuters una fuente cercana a la investigación, “los funcionarios estadounidenses aquí en Cuba nunca sospecharon que los cubanos perpetraron estos hechos”. El Departamento de Estado se ha cuidado de no culpar a La Habana, aunque expulsó a dos diplomáticos cubanos como castigo por que Cuba no protegió a los diplomáticos estadounidenses en la Isla.

La investigación en curso de los incidentes, que también lesionó a un puñado de diplomáticos canadienses, aún no ha determinado quién fue responsable, cómo lo hicieron o por qué. En todos los casos, los cubanos están cooperando plenamente con las investigaciones de Estados Unidos y Canadá, llegando a permitir al FBI el envío de investigadores.

Todo el asunto es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma. Un ataque de las autoridades cubanas con el propósito de dañar a los diplomáticos sería contrario a los propios intereses de Cuba. Los diplomáticos estadounidenses en La Habana se han enfrentado a  pequeños acosos a lo largo de los años, pero incluso cuando las relaciones estaban en su peor momento hace una década, nunca hubo un intento de infligir daño físico. Además, estos nuevos incidentes ocurrieron en un momento en que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba estaban mejorando. Hay aún menos razones para atacar a los canadienses. Cuba y Canadá han estado en buenos términos durante años y Canadá apoya la industria más importante de la Isla enviando anualmente a Cuba más turistas que cualquier otro país.

Discernir una razón de ser de los ataques (si, de hecho, hubo ataques) es problemático, pero tratar de averiguar la ciencia detrás de los incidentes es aún más difícil. La amplia gama de síntomas reportados por las víctimas, desde hemorragias nasales, náuseas y pérdida temporal de la audición hasta lesión cerebral traumática leve, no se relacionan con ninguna tecnología acústica conocida, a pesar de la declaración inicial del Departamento de Estado de que fueron producidas por algún tipo de arma sónica. Como informó la Associated Press, “los hechos y la física no cuadran”.

Sin embargo, cerrar la embajada de Estados Unidos en La Habana sería una herida autoinfligida al dar marcha atrás no sólo a la política de Obama, sino a las políticas de seis presidentes anteriores, tres de ellos republicanos, todos los cuales vieron el valor de mantener la misión diplomática estadounidense que el presidente Jimmy Carter estableció en 1977 como una Sección de Intereses (un nivel poco menor que el de una embajada de pleno derecho).

Como la Subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental Roberta Jacobson dijo a la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara en 2016, las relaciones diplomáticas no son un regalo que los Estados Unidos le dan a Cuba. Tener una embajada brinda beneficios prácticos que sirven a los intereses de Estados Unidos. Los diplomáticos estadounidenses pueden interactuar con todos los sectores de la sociedad cubana. Viajan por toda la isla, proporcionan informes de primera mano acerca de las condiciones sociales, económicas y políticas. Promueven intercambios culturales y educativos y se relacionan con funcionarios cubanos para promover la cooperación en temas de interés mutuo.

En 2016, más de 600 000 residentes estadounidenses visitaron Cuba. Si no hay una misión diplomática de los Estados Unidos en La Habana, ¿quién les proporcionará servicios consulares cuando los necesiten? Cada año, la embajada procesa las solicitudes de visas de más de 50 000 cubanos que buscan viajar a los Estados Unidos como inmigrantes o visitantes. Si la embajada está cerrada, ¿quién procesará esas visas?

Lo que haya dañado a los diplomáticos estadounidenses y canadienses parece haberse detenido, así que el personal de servicio en la isla no parece estar en peligro inminente. Fueron necesarios 55 años para restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba después de que el presidente Dwight D. Eisenhower las rompió en 1961. Sería un grave error cortarlas precipitadamente, sin una buena razón, sacrificando los importantes beneficios que proporcionan las relaciones normales.

Foto de portada: Embajada de los Estados Unidos en La Habana / Departamento de Estado de los Estados Unidos.

(*) William M. LeoGrande es profesor de Gobierno en la American University.

(Tomado de The Huffington Post)

Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.

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