El acaparamiento y otras escenas de la realidad

LA HABANA. Mediodía día cualquiera de la pasada semana. Una vecina me avisa que en el mercadito cerca de la casa sacaron a la venta papel higiénico. Sin pensarlo dejo lo que estoy haciendo y me lanzo en su búsqueda, pues hace rato que estaba perdido.

Llego a la tienda, una TRD (Tienda Recaudadora de Divisas), y busco entre los anaqueles. Nada. Pregunto a la empleada. Respuesta clara y firme: “Se acabó hace un ratico”. Frustración.

A manera de compensación, como si fuera un niño al que le cambian el regalo para aminorar su disgusto porque no hay lo ansiado, me compro una tableta de chocolate Kitkat. De ahí a la caja para pagar.

Sorpresa: detrás del asiento de la cobradora y muy bien ordenados unos 14 paquetes de papel higiénico, cada uno con cuatro rollos.

“Me dicen que no hay” y señalándole la montañita, “deme dos paquetes”, le pido.

“No, ya están comprados y ahora vienen a buscarlo”.

La miro y por mi imaginación, bastante certera generalmente, pasa la historia confirmada por la realidad.

Cuando llega el envío a la tienda, los empleados llaman a sus amistades o a las personas que tienen negocios propios —como alquiler de vivienda, cafeterías y restaurantes—. Por el aviso y el guardado con celo, la o los empleados, obtienen una comisión. Y si es para ella, el destino está cantado: mercado negro a un precio supervalorado.

Segunda escena. La cerveza Cristal o Bucanero, da igual.

El camión arriba a una cafetería estatal bastante concurrida, como es la zona de La Rampa y después a otro pequeño comercio en la calle Infanta, cerca de San Lázaro. La escena es la misma en dos locaciones diferentes. Solo camban lo actores, no el libreto.

Con las carretillas, el ayudante del camionero comienza a bajar cajas y cajas de cerveza nacional. Las entran por una puerta lateral del comercio hacia el reducido almacén. Realizada la descarga, el camión se marcha. Unos 10 o 15 minutos después, un par de Ladas parquean en la acera de ese comercio, abren los maleteros y las puertas laterales de los autos y comienza la operación al revés: del almacén al auto. Repletos, con las gomas casi pegadas al asfalto por el peso, y después de “cuadrar la caja” (ponerse de acuerdo y pagar), se marchan hacia otro destino. Su destino.

La cerveza en estos comercios estatales tiene un precio que paga la empresa que lo suministra, precio que desconozco. La venta al detalle, tiene otro, por supuesto que superior, dependiendo: si es allí 1 CUC. Si en una cafetería o restorán puede oscilar entre 1.50 a 2.00 CUC.

Negocio redondo: la venden a los del Lada a 1.20 CUC por botella o lata, por lo que los empleados ya van ganando unos 0.20 ₵ por cada una y los de los Ladas estarán obteniendo, como mínimo, entre 0.30 y 0.80 ₵, ya que luego la revenden en sus negocios a 1.50 o 2.00 CUC.  Ganancia perfecta. Y disgusto de los ciudadanos comunes, que cuando piden una de marca nacional la respuesta es: “No hay, pero tenemos Heineken, Presidente, o Sol”.

Las historias de los empleados de las tiendas, como las del papel higiénico y la operación cerveza, son absolutamente verídicas.

Cada uno de los involucrados en estas manipulaciones tiene una respuesta y justificación, según sus criterios y valores.

Para la primera escena: “Mi salario no alcanza y tengo que buscarme lo que pueda… pero sin robar”. Así me dijo una dependienta. Respuesta que vale para los de la operación de la cerveza, que incluye a los camioneros, porque a ellos también “los tocamos con algo” (darles dinero), apunta uno de los empleados de ese comercio.

¿Y los de los Ladas? “Yo tengo un restorán y necesito tener la cerveza que prefiera el cliente”. Respuesta que me brindó un dueño de Paladar (Restorán), a cambio, obviamente, del anonimato. Pero este, más agudo y preparado, lo vistió echando mano a la economía: “La demanda supera a la oferta y como todavía no hay un mercado mayorista para muchas de nuestras necesidades, debemos buscar donde sea, de lo contrario fracasamos… La competencia es fuerte y no voy a perder mi inversión”.

En la base de estas operaciones hay, al menos tres factores incidiendo:

  1. La industria cervecera nacional no da abasto, máxime ahora con el auge del turismo, sector priorizado.
  2. La ausencia de papel higiénico de factura nacional denuncia que nuestro sector de recuperación de materias primas no está funcionando. ¿Qué hacen con las montañas de papel en los basureros? Si lo recuperan, ¿cuál es el destino?
  3. La falta de Mercados Mayoristas —demandados por años— que cubran el universo de necesidades y no solo varios de los renglones que ahora ofertan los tres que están funcionando en el país, el último de estos en Sancti Espíritus.

Mientras, el gobierno seguirá enfrascado en una batalla contra la alegalidad y contra la realización de negocios particulares no regulados a partir de recursos generados por el estado. El cubano corriente y de a pie proseguirá en la búsqueda de los productos que necesita o desee, según alguien le diga “en tal lado había ayer, mira a ver”. Y cualquier persona que desee tomarse una de nuestras cervezas para aplacar el calor que ya aprieta, tendrá que beber alguna de las que no prefiere o pagar un precio que oscila entre los 25 y 70 Pesos Cubanos o su equivalente en CUC en locales privados.

Foto de portada: Raquel Pérez.

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