¿La edad de la indolencia?

SANCTI SPÍRITUS. Dos gigas enteros de música pudieran bastarle para perder durante horas el contacto con la realidad. En sus oídos, Gente de Zona le avisa a Marc Anthony que ya empezó la gozadera, que Miami se lo confirmó. Afuera, en el mundo exterior, los acontecimientos se precipitan sin que al joven parezca importarle demasiado.

“De todas formas no puedo hacer nada, ¿qué resuelvo preocupándome tanto?”, comenta con una naturalidad increíble mientras se quita los audífonos.

Ningún signo externo delata en este universitario rasgos de indiferencia social: pulóver rojo con la imagen del Che, mochila cargada de libros, botas de trabajo. Sin embargo, la apatía de sus confesiones deja entrever una actitud más cercana al existencialismo literario de Albert Camus, que a la efervescencia juvenil de los años 60.

No es el suyo un caso aislado, por mucho que duela. Una parte para nada desdeñable de la juventud apenas se interesa por la actualidad nacional y extranjera, en una especie de nihilismo que ya se torna preocupante y al que urge prestar atención.

Foto: Vicente Brito
Foto: Vicente Brito

La punta del iceberg

Cuando estuve becada, los profesores nos obligaban a sentarnos frente al televisor, pero lo menos que hacíamos era analizar el noticiero(Jackelín Dueñas, 25 años).

Siempre es bueno estar al tanto de la realidad cubana y extranjera, para que nadie te haga un cuento, pero cuando te pones a ver televisión llegas a aprenderte de memoria las noticias por lo mucho que las repiten(Yosvany Carnicer, 20 años).

La televisión, la radio, la prensa escrita…, con ellos pasa como con la novela: te los puedes perder por una semana y después siempre le coges el hilo. Lo mío es lo que sale en el paquete(Yadira Torres, 23 años).

Estas opiniones, tomadas al azar en pleno parque Serafín Sánchez de Sancti Spíritus ilustran un fenómeno que desvela a no pocos padres y figura en la agenda de instituciones culturales y educativas.

La alarma crece si se tiene en cuenta un sondeo realizado recientemente por nuestro equipo en el que el 70,5 por ciento de los estudiantes y trabajadores entre 18 y 25 años consultados alegaron acceder a los medios de comunicación con el único fin de recrearse y, de ellos, es la prensa escrita la última opción de las nuevas generaciones para informarse, toda vez que la inmensa mayoría de los encuestados confesó no leer periódicos ni revistas. Nunca, nunca.

Pero no había que aplicar encuestas para llegar a esa conclusión, sugiere Alfredo López Echemendía, vendedor de prensa en la cabecera provincial. “Con los dedos de las manos basta para contar los jóvenes que compran el periódico aquí; en las colas casi todas son personas de la tercera edad”, explica.

Y es que, tanto los mecanismos de distribución de la prensa, cada día más perfectibles, como las carencias materiales que laceran la producción radial y televisiva cubana, constituyen apenas la punta de un iceberg con raíces profundas.

Autor: Osvaldo Pestana (Montos)
Autor: Osvaldo Pestana (Montos)

Del recurso al método

Para el psicólogo espirituano Rafael Wert, la clave está en el hogar: “La comunicación es imprescindible para que, al interior de la familia primero y luego en las instituciones educacionales, se vaya conformando la personalidad del adolescente. De ahí que cobren tanta importancia los temas que se debaten en la casa.

“Aunque el fenómeno se venía dando desde antes de los 90, para nadie es un secreto que durante esa década en los hogares cubanos se trataba con mayor insistencia la problemática económica, las carencias materiales, que fueron restándole protagonismo al debate político y social”, añade Wert.

Los jóvenes de hoy son los niños nacidos después del llamado período especial; los mismos que no titubean para enrolarse en contingentes de apoyo a la zafra, en campañas de fumigación masiva o de recuperación tras el paso de los ciclones, pero que arquean las cejas cuando intuyen los primeros atisbos del llamado “teque”.

Ese es, precisamente, uno de los puntos álgidos del problema: los métodos escogidos para motivar al joven, para despertarle la necesidad de información.

Ya lo advertía el intelectual cubano Fernando Martínez Heredia en un artículo publicado por la revista Alma Máter en 1999: “Nuestros sistemas de instrucción, divulgación y propaganda acerca de la Revolución y de la Historia y los problemas actuales de Cuba van de medianos a pésimos. La ignorancia fomentada por esos defectos graves despoja al joven de interés por los mensajes”.

Rafael Wert llega más allá e intenta vislumbrar soluciones: “Sólo transmitiendo los elementos del contexto político, económico, histórico, a través de la esfera afectiva pudiera sortearse este escollo. Hay que lograr que se sientan identificados e imbuidos en el proceso social, para que dejen de concebirlo como la historia del tabaco”.

¿Qué estamos haciendo mal? ¿Realmente surten el efecto deseado entre nuestros adolescentes y jóvenes los métodos que hemos escogido para que participen orgánicamente en el proceso social?

Las preguntas afloran cada día en plena calle, cuando algunos se muestran más preocupados por las fotos colgadas en Facebook o la última aplicación para el IPhone, que por la marcha de la economía cubana y los cambios —aún no tan evidentes para la ciudadanía— a raíz del 17D.

Mientras continúe abierta la brecha entre el discurso oficial y la cultura underground preconizada por un segmento de la juventud cubana, no serán pocos los que, ante la pregunta de actualidad más elemental, se encojan de hombros y emprendan viaje de regreso a esa suerte de isla dentro de la Isla que les dibuja Internet desde la wifi.

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