Aquellos años de Los Rolling Stones

LA HABANA. Mira uno la foto aparecida en el diario habanero que anuncia la próxima llegada de la banda a esta capital, en primera y de seguro última presentación, y no puede uno menos que irse a parar frente al espejo en franca actitud evaluativa para determinar quién o quiénes están más deteriorados por el inclemente peso-paso de los años.

Muchos de nosotros no podrán ver a Los Rolling Stones. Algo ha pasado con nuestra generación que pocos podemos traspasar la barrera de los 70 años de edad. Más de la mitad estamos muertos y otros tantos fuera del país. En realidad, somos pocos, muy pocos los que quedamos.

Pese a lo que sostengan algunos musicólogos no comprometidos ni con ellos mismos, escucharlos y disfrutarlos junto a otras agrupaciones de las que no pueden escapar The Beatles, allá por los sesenta del siglo pasado era un acto de clandestinaje, un riesgo para nuestro futuro escolar o político si al final aparecía en algún informe que Periquito escuchaba música extranjera, extravagante, de diversión pero ideológica y hasta fíjese cómo se viste y gusta de usar el pelo…

Sin embargo ante esa rebeldía o más bien inconformidad, la vida se tornaba alegre, con optimismo para prepararnos hacia un futuro mejor. Entonces nadie pensaba abandonar el país y el dólar no interesaba porque con nuestra moneda vivíamos tan bien que hasta hoteles de primera categoría podíamos pagar del estipendio que nos cursaban nuestros padres, obreros por más señas.

No había mucha diferencia entre nosotros porque casi todos vestíamos y pensábamos igual. Una camisa de azul mezclilla y de mangas largas, de las que nos entregaban para las faenas agrícolas de La Escuela al Campo, quedaba en casa porque sería utilizada para las fiestas de fin de semana donde alguien ponía una placa (no un disco) de cualesquiera de aquellas bandas y casi que sin gota de alcohol, que no estaba en nuestras preferencias, pasábamos la noche. Si la suerte nos sonreía, nos llevábamos una novia de ocasión para hacerle el amor en sitios hoy muy poco recomendados como El Bosque de La Habana (parque Almendares) o la costa de Miramar con su emblemática Playita de 16. Años bajo el paraguas de una filosofía quizás del movimiento hippie del “amor libre”.

No se puede negar que esta presentación del anciano Mick Jagger y su comitiva musical nos toca muchas fibras del recuerdo y por qué no también de la nostalgia. Ay, aquellos días, aquellas noches… y, como dice un buen amigo y colega, sabio no solo debido a los años que tiene sino por la intensidad con que los ha vivido, “ay aquel amor que nunca se concretó a pesar de sentimientos compartidos”, vuelven ahora a la memoria. Nada, que la música nos devuelve en flashback perfecto a vivencias con tanta fuerza que las sentimos en la piel y debajo de esta también.

Estudiábamos la secundaria básica pensando en alcanzar el preuniversitario e irnos a la Universidad, que entonces no ponía reparos en exámenes de ingreso ni puntos ni evaluaciones ni escalafones para cualquier carrera. Nuestros profesores eran de excelencia. A muchos debíamos tratar de doctor o doctora porque lo eran. El país se quedó sin médicos, que esos sí se largaron, y hasta terminado el entonces noveno grado, un año de preparación y a estudiar la carrera de Medicina. A quien suscribe le llevaron al hospital Calixto García para que viera una autopsia de un asiático y pasados los diez minutos olvidó las batas blancas.

Se leía bastante y en tiempo record porque eran textos que no se editaban en el país. Vivíamos y moríamos metidos en la Cinemateca de Cuba que proyectaba ciclos del mejor cine mundial de todos los tiempos y rara la mañana o tarde de domingo que no fuéramos al Amadeo Roldán para escuchar la Sinfónica Nacional. Música de Los Rolling, Beatles y otros, pero también aquel memorable concierto de Leo Brouwer (aún no era “maestro”) en un solo de guitarra en el concierto de Aranjuez.

Si nos aferramos a la verdad, pues un espacio también para aquella rareza musical, única en la historia nacional, del memorable Pello el Afrocán con su María Caracoles y esa rubia que con sus contorsiones paraba un tren. Llegaron los 70s y a Dios gracias tenemos aún los Van Van.

Por cierto, que hace poco me topé en la Fábrica de Arte, con Enrique Pla, el famoso baterista. Tocaba esa noche con un pequeño grupo de una hija de Pablo Milanés. A punto de un infarto estuvo cuando en broma, que no entendió bien, le dije que la última vez que le había visto fue detrás de la batería en la Orquesta Cubana de Música Moderna interpretando ”Pastilla de menta”.

En fin, en La Habana, en estos días, el concierto de Los Rolling Stones. Tal vez empiecen o terminen con Satisfaction. Pues será de profunda satisfacción escucharles y verles aunque sea con bastones de ambas partes. Nunca es tarde, dicen por ahí.

Foto de portada: Kattia García Fayat. Juego de Pelota, 24 de septiembre de 1989

Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente y el autor.

This website uses cookies to improve your experience. We'll assume you're ok with this, but you can opt-out if you wish. Accept Read More