La construcción del verosímil en la imagen cinematográfica Cuba-EE.UU.

CAMAGUEY. Hay una anécdota de William Randolph Hearst, uno de los zares de la prensa norteamericana en los finales del siglo XIX y primera mitad del XX, que es todavía muy reveladora de la voluntad que animó a muchos de los que cubrían las noticias sobre Cuba desde los Estados Unidos.

Cuando todavía los Estados Unidos no habían decidido intervenir en la guerra sostenida por los cubanos con España, Hearst envió a La Habana a un nutrido grupo de reporteros y fotógrafos en el bote “Vamoose”, con el fin de reportar “la gran noticia” en tiempo real. Entre los enviados estaba el famoso dibujante Frederick Remington, quien cansado de esperar la anhelada señal bélica, le telegrafía a su contratante:

Hearst. Journal. New York. Todo está tranquilo. No se observa inquietud alguna. No habrá tal guerra. Deseo regresar a mi casa. Remington.

La respuesta del poderoso empresario y manufacturero de noticias sensacionales no se hizo esperar:

Remington. Hotel Inglaterra. Habana. Le ruego permanezca allí. Pinte usted las ilustraciones. Yo haré la guerra. Hearst.

Es lógico que el que conozca la anécdota no pueda evitar aproximarse al conjunto de informaciones que entonces circularon desde la sospecha. ¿No es sabido que en toda guerra lo primero que se sacrifica es la verdad?, ¿no sabemos, desde Platón, que cuando la gente acude a un tribunal (en este caso la opinión pública) con el fin de resolver un diferendo olvida exponer la verdad tal como es, con tal de parecer verosímil a los jueces?

El verosímil es aquello que cuando se reconstruye ante nuestros ojos o llega a nuestros sentidos, nos hace creer que lo que nos cuentan es verdadero. Para ser juez y juzgar de un modo imparcial, es preciso no haber participado en los hechos: las partes en conflicto se tendrán que esforzar entonces por representar de un modo convincente eso que aseguran ocurrió, sustituyendo la fuerza de los argumentos con la intensidad de las emociones despertadas. Gana el que más emocione a su público No en balde en la guerra de 1898 el lema que los norteamericanos repetían una y otra vez era: “Recordad el Maine”. Y las imágenes registradas por Edison (¿será verdad que alguna vez dijo: “No quiero inventar nada que no se pueda vender”?) en el funeral de los marines muertos en la explosión, más emotivas no podían ser entonces.

Sin embargo, Edison nunca propuso un retrato documental de lo que estaba pasando, al menos, tal como entenderíamos eso hoy. Obviamente, ahora uno sabe que las escenas de los fusilamientos son puro simulacro, o una variante de lo que Hearst proponía como método informativo en su prensa. En realidad, cuando miramos desde nuestra altura histórica ese conjunto de películas primitivas que registraron los sucesos de 1898, es fácil descubrir todo tipo de manipulación. Pero esa manipulación no es exactamente “histórica”, porque quienes registraban lo que sucedía en aquel instante estaban viviendo el espíritu de la época junto con los demás; quiero decir, ellos mismos eran historia. En todo caso deberíamos hablar de manipulaciones emotivas que responden al uso natural de un dispositivo (el cinematógrafo) que se prestaba y se sigue prestando para ello.

Por otro lado, habría algo de soberbia en pensar que los espectadores de ahora somos menos inocentes que aquellos que fueron sorprendidos por las imágenes de Lumiere o Edison. Hoy el cine engaña menos, pero eso no significa que no engañe mejor. Al contrario, como se ha hecho natural la representación en pantalla de escenarios lejanos (Viet Nam, Irak) pero verosímiles, son pocos los que buscan huellas del mundo real en las imágenes que se muestran: nos basta con asociar de un modo acrítico las informaciones que ya se han encargado de escribir el guion de esos filmes que, sin verlos, sabemos cómo terminarán; y, por otro lado, ayuda el hecho de que vivamos más enamorados de la belleza exterior de las imágenes que de las posibles verdades que hay detrás de ellas. Verdades casi siempre oscuras en tanto contradicen la cómoda noción que tenemos de la dura realidad.

De modo que más que preguntarnos cuánto de verdad histórica hay en ese grupo de películas conservadas en la Biblioteca del Congreso, nos debería interesar el estudio de las maneras en que se ha construido un verosímil donde los Estados Unidos, como potencia, siguen sacando la mejor parte, desde luego. En realidad esa construcción no es tan difícil de advertir, sobre todo cuando se comparan las técnicas de Edison con las de los Lumiére o Gabriel Veyre. En las vistas de los Lumiére lo que predomina es el plano fijo que quiere registrar “el hecho objetivo” (la salida de los obreros de la fábrica, por ejemplo, o en el caso de Veyre, los bomberos representando su papel para la actriz María Tobau); Edison, en cambio, intuye lo que en el cine norteamericano se convertirá en una regla: la conversión de la cámara en personaje dinámico que guiará nuestros sentimientos, y nos pondrá a favor o en contra de los otros.

En una época en que el falso documental es todo un género, y la hiperconciencia de la representación adquiere visos de cinismo, no tendría sentido reclamarle a Edison y seguidores la ausencia de una ética. Los historiadores (que no dejan de ser espectadores) no están tanto para juzgar el pasado, como para explicarlo y extraer lecciones que nos ayuden a construir un futuro menos maniqueo que el presente que padecemos. Y con Edward Carr tendríamos que “recordar que una lectura del pasado, por más controlada que esté por el análisis de los documentos, siempre está guiada por una lectura del presente”.

Yo mismo, mientras reviso estos materiales antiguos no puedo evitar la tentación de imaginarme un futuro que quizás ya habite entre nosotros, donde alguien ponga en práctica la peregrina idea de un videojuego que se asome de modo interactivo al drama de 1898. Después de tanto found footage a disposición de cualquiera en los entornos digitales, sería fácil remezclar lo conocido, y ofrecerle al videojugador rutas que les permita participar en las batallas de antaño, elegir sus antagonistas y amores contrariados, y reescribir la suerte de quienes ya vivieron la experiencia de acuerdo a sus muy personales filias y fobias.

Como a estas alturas ya la búsqueda de la verdad histórica es algo demodé (todo el mundo cree legítimo defender una, así que lo que vale es el relativismo de las representaciones, a lo Rashomon), lo que importará será ganar habilidades para parecer más verosímiles en los relatos que se hagan. Y conociendo que los seres humanos se sienten más realizados con lo que parece ser que con lo que de verdad es, el negocio tendrá una prosperidad asegurada.

Imagen de portada: Viñeta propagandística de la guerra hispano-norteamericana.

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