
El “17D” de Francia en Cuba
LA HABANA. La sigla 17D es comúnmente utilizada para significar la fecha del 17 de diciembre de 2014, cuando los presidentes Raúl Castro y Barack Obama sorprendieron al mundo, anunciando un cambio trascendental en las relaciones entre sus dos países.
Salvando las distancias, una sorpresa similar pudiera ser considerada la reciente visita del presidente francés, François Hollande, a Cuba.
En primer lugar, porque constituyó la primera visita de un presidente de Francia –quizás de Europa Occidental– a Cuba en toda su historia. Pero, más aun, porque dijo cosas que creo nadie esperaba que dijera.
“Cuba es expresión de dignidad e independencia”, expresó Hollande a los cubanos, para ser oído en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos, a quien en realidad iba dirigida la frase. Y, por si fuera poco, agregó: “Estamos listos para acompañarlos, pero respetando vuestra identidad, vuestro modelo, vuestra independencia. Para nosotros esos son principios esenciales”.
Me parece que también hablaba de su propia independencia, porque si algo ha significado el bloqueo económico norteamericano contra Cuba para Europa, ha sido la violación flagrante de los derechos soberanos de sus países.
La reacción inmediata de los estados europeos a la proclamación de la ley Helms-Burton en 1996, fue el rechazo a sus atribuciones extraterritoriales. Varios países anunciaron la adopción de “leyes antídotos” para impedir su aplicación dentro de sus fronteras, amenazaron con buscar acuerdos en su contra dentro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y se sumaron a la condena universal en la Asamblea General de la ONU.
Pero a la larga cedieron a las presiones norteamericanas y la fórmula de conciliación que adoptaron fue la llamada “Posición Común de la Unión Europea hacia Cuba”, mediante la cual Estados Unidos se comprometía a no aplicar la ley contra empresas europeas, si estos países se sumaban a las críticas contra Cuba y la excluían de cualquier acuerdo de colaboración con el bloque, hasta tanto no se produjeran las “reformas” que exigían al país.
Pero ni eso fue respetado por Estados Unidos y, mediante la excusa de violar la prohibición de utilizar el dólar en las transacciones financieras cubanas, varias empresas europeas han sido sancionadas con multas millonarias, siendo el caso más emblemático la de 8 900 millones de dólares al banco francés BNP-Paribás, hace apenas un año, considerada la más alta jamás aplicada a una empresa extranjera.
La lógica norteamericana, contenida en la ley Helms-Burton y otras medidas punitivas contra Cuba, era muy clara: “Cuba nos pertenece y si nosotros no podemos o, mejor, no queremos invertir en ese país, no puede hacerlo nadie más”. Prácticamente una copia al calco, en la posguerra fría, de los principios unilaterales hegemónicos establecidos por Estados Unidos respecto a la Isla en la doctrina Monroe de 1823 y en la imposición de la enmienda Platt en 1902, cuando puso la condición de la subordinación a ese país para aceptar la independencia de Cuba.
Según dijo un cable de AFP reportando la visita de Hollande, “hay preocupación e irritación” en la Unión Europea respecto a la aplicación del bloqueo económico contra Cuba. No es para menos, sobre todo ahora, que el gobierno norteamericano, evidentemente sin consultar con sus aliados europeos, se desmarca de su política anterior y los deja colgados, haciendo el ridículo, con la “Posición Común” que inventó José María Aznar, en alianza con la extrema derecha cubanoamericana.
Como dejó entrever Hollande y prácticamente afirmó Raúl Castro, a la Posición Común le queda poco. Es casi seguro que el próximo mes de junio se firme un “Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación con la Unión Europea”, que abrirá las puertas a las relaciones cubanas con el bloque y facilitará aun más los vínculos bilaterales con los países que lo componen, los cuales, vale decir, ni siquiera la Posición Común, pudo evitar totalmente.
También aumentará el interés y el arrojo de las empresas europeas por acceder al mercado cubano, lo que en el caso francés ya se tradujo en la firma de una serie de importantes acuerdos, aunque aún tendrán que hacerlo bajo las tensiones que imponen el bloqueo y los conflictos que ello puede generar con el gobierno norteamericano, que sigue amarrado a sus propias ataduras.
Estamos en presencia de otra evidencia del fracaso de la política norteamericana contra Cuba y las contradicciones que ha generado y todavía puede generar a escala internacional.
También que se avecina un momento nuevo, donde se refleja el deterioro relativo de una hegemonía que ya no puede imponer este tipo de políticas, sin un costo significativo para un orden mundial, que todavía sirve a sus intereses.
Lo bueno para el gobierno de Obama es que la reacción europea incorpora nuevos elementos para justificar los cambios adoptados en la política hacia Cuba y alienta a las fuerzas que abogan por el fin inmediato del bloqueo económico, conscientes de que cada día que exista los coloca en una situación más desventajosa frente a sus competidores extranjeros.
No es de extrañar entonces que los europeos encuentren aliados donde menos lo esperan y el mensaje de Hollande penetre con fuerza en el congreso estadounidense, facilitando la labor del presidente en el camino que se ha propuesto de “normalizar” las relaciones con Cuba y, hasta pudiera decirse, al menos en parte, con el resto del mundo.
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