Cataneo no descansará en paz

Alfredo Cataneo Foto: Carlos Pereira  23 de junio de 1984LA HABANA. Ha muerto casi a punto de alcanzar un siglo de vida uno de los cubanos más singulares que haya conocido: Bárbaro Alfredo Valdés Cataneo.

A críticos y conocedores de la música tradicional les corresponderá la elegía de su quehacer artístico en el trío Taicuba, que no pocas veces tuve la dicha de escuchar en vivo muy cerca de la escultura al escritor y periodista norteamericano Ernest Hemingway en la barra de El Floridita, ese emblemático sitio de obligada asistencia para cualquier extranjero que visite la isla.

Un español  al que conocí por varios años era un asiduo al sitio, al daiquirí, a las curvas y precipicios de la mulata cajera, a las melodías del trío y a las charlas con Cataneo cuando dejaba las maracas en receso y aceptaba una cerveza Cristal para ofrecernos un deleite aún mayor al rememorar sus venturas y desventuras por la vida, por esa década de los años 50s tan pródiga en acontecimientos de todo tipo para bien y para mal de la República.

Sigo y seguiré sin explicarme cómo la vida de Cataneo no fue llevada, por ejemplo, al cine y quizás la razón principal estuviese en él mismo porque durante uno de esos momentos no muy felices para su bolsillo le propusimos pagarle por una extensa entrevista donde nos contara las memorables jodederas que lograron estremecer La Habana, el Palacio Presidencial  y el mismísimo Vaticano, pero el “Cata” nunca aceptó disculpándose siempre como todo un caballero curtido en las artes de la diplomacia callejera.
Entre las más memorables andanzas del Cataneo hay que apuntar aquella en que él y otros de la cuadrilla  emborracharon en un bar a un enano que trabajaba en la televisión, cortaron a tijeras un mantel blanco devenido pañal para el “infante”, le rasuraron sus “partes”, lo subieron a un taxi e hicieron sonar la campana en el torno de la Casa de Beneficencia, ubicada en Belascoaín esquina a San Lázaro, para que canal abajo rodara el pequeño y cayera en la cesta  que con gran pasión y amor atendían las monjitas de la Caridad y que nunca mejor dicho, pusieron el grito en el cielo ante los ebrios reclamos del recién llegado.

El acontecimiento fue de cabeza a las primeras planas de los casi 20 diarios que circulaban en La Habana, el Presidente de turno tuvo que tomar cartas en el asunto y la repentina llegada del enano trascendió al Vaticano. Cuentan que el hombrecillo se comportó como un gigante y nunca delató al cerebro de la operación, que no era otro que el propio Cataneo.

Luego y antes ocurrieron otras de similar sello. Una tarde lluviosa y de pocos clientes, desde el bar de un gallego apellidado Matalón, llamó por teléfono a una vecina paisana del hispano y dueña de una peluquería. Ambos  se odiaban a muerte.

Una empleada recibió el ruego de que le fuera localizada la esposa. En instantes se le respondió que tal señora no se encontraba allí. Cataneo, algo “molesto”, pidió hablar con la dueña y le insistió en que le localizara a la supuesta esposa. La mujer buscó y no encontró para entonces escuchar la reprimenda: “Qué razón tenía Matalón… Eso no es una peluquería sino una casa de citas…”. El gallego acariciaba con una servilleta de tela una copa cuando de repente, del otro lado del mostrador caía sobre él una lluvia de improperios y cualquier cantidad de escobazos.

Apostó en una ocasión que le tocaba las nalgas a Goar Mestre, el zar de la televisión cubana, y así lo hizo en el ascensor de CMQ. Un rato después se reencontró con Mestre y le dijo: “Presidente, tenemos a un comemierda que se está haciendo pasar por Ud y yo, defendiédolo, le toqué las nalgas”.

La vida de Bárbaro Alfredo Valdés Cataneo es como para hacer un libro que cualquier cubano agradecerá porque hizo lo que muchos ni siquiera se atrevieron a pensar. Yo perdí esa oportunidad. Le veo en la foto que anuncia su muerte y decisión de ser cremado  y le despido con una media sonrisa a sabiendas que donde esté seguirá haciendo de las suyas. Con maracas o sin ellas, en un trío o formando parte de un tumulto en el que se escucha la voz aflautada de una señorita desesperada por conocer el amor.
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